Camino a la Beatificación

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22 abril 2011

Mons. Urbanč en el Viernes Santo: “En la Cruz se consuma nuestra Redención”

El Viernes Santo, la ceremonia central fue la celebración de la Pasión, que se llevó a cabo en los templos de toda la diócesis. En la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, se ofició a las 17.00 y fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč. En la celebración se escuchó la lectura de la Pasión de Jesucristo y los fieles se acercaron a adorar la Santa Cruz.
En su homilía, Mons. Urbanč dijo: “Hoy la liturgia de modo desconcertante canta: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza...! Ciertamente toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Él había esperado muchos años que llegara este día en el que se iba a cumplir su deseo de redimir a los hombres. Lo que hasta ese momento había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y llave para entrar a la gloria. Una divina alegría lo inundaba al extender los brazos sobre la cruz para que todos tuvieran la certeza de que siempre sus brazos estarán abiertos para acoger a los pecadores”.

El sufrimiento
“Jesús está clavado en la cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los de la casta sacerdotal se burlan; sus discípulos escaparon y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto hacer milagros. Sin embargo, no hay reproches en los ojos de Jesús, sólo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra para mitigar el dolor. Él lo prueba por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para asumir el dolor… ¿Por qué tanto sufrimiento? San Agustín afirma: “Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate”. No se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que nos percatáramos de la grandeza de su amor y de la malicia del pecado. Y para que fuéramos generosos en la entrega y en el servicio a los demás”, expresó.

Larga agonía
En otro tramo dijo: “La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa de aquellos tiempos. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrantándole las piernas. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles. Desde siempre, ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz”.

Los frutos de la Cruz
“La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita no sólo del conocimiento de su vida, sino también de su culmen: la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí comprendemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Le habla con la confianza que le otorga el ser compañero de suplicio. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. También esto debería ser suficiente para que creamos y amemos.
La eficacia de la Pasión no tiene fin. Llenó el mundo de paz, de gracia, de perdón y de felicidad en las almas. Cada uno de nosotros puede decir como san Pablo: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). No ya por ‘nosotros’, de modo genérico, sino por mí.
Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazón sensible. Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza. Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Sólo nuestro ‘no querer’ puede hacer inútil la Pasión de Cristo”, afirmó.

María se nos da como Madre
“Muy cerca de Jesús está su Madre. También está allí el ‘discípulo amado’. ‘Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa’. Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra. Este gesto tiene un doble sentido. Por una parte se preocupa de su Madre, cumpliendo con toda fidelidad el Cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que Ella es nuestra Madre. La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo”, expresó Mons. Urbanč.

En el Calvario y el Monasterio
Desde muy temprano y durante toda la jornada, se sucedieron los gestos de devoción de los fieles, peregrinando desde distintos puntos de la ciudad capital hacia el Calvario y la Gruta de Choya.
Las Hermanas Dominicas celebraron la Pasión en la capilla del Monasterio Inmaculada del Valle, camino a El Jumeal, donde se congregó una buena cantidad de personas que vivieron los distintos momentos de la ceremonia, que fue presidida por el Pbro. José Aguirre.