Camino a la Beatificación

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14 abril 2013

Homenaje de las familias


Mons. Urbanc: “Que María nos enseñe a ser fecundos en el dolor; a vivir con esperanza los fracasos; y a confiar en la fidelidad de Dios”



En el último día del Septenario en honor a Nuestra Madre del Valle, rindieron su homenaje las familias, todos los grupos, movimientos e instituciones nucleados en la Pastoral Familiar Diocesana.
La celebración eucarística de las 21.00 fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en el atrio de la Catedral Basílica, y concelebrada por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, el Delegado Episcopal para la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez, el Rector del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz, y sacerdotes del clero local y de Comodoro Rivadavia.
Durante esta jornada se reflexionó sobre María del Valle como esperanza nuestra.
Durante su homilía, Mons. Urbanc dijo que “si bien el año pasado lo dedicamos a reflexionar específicamente sobre la familia, lo mismo este año dedicado a los jóvenes es ocasión para que la familia se pregunte qué está haciendo con sus jóvenes, qué iniciativas concretas para atenderlos en sus necesidades y reclamos y cómo el mundo adulto se acerca a sus jóvenes para amarlos, escucharlos, confortarlos, valorarlos, corregirlos y alentarlos a crecer en la fe y el amor”.
Haciendo referencia al texto del Evangelio, expresó que “el último gesto de amor de Jesús, quien ha venido dándolo todo, es el don de su propia Madre. Esto se realiza en el bello diálogo en el que une a su madre y al discípulo amado como madre e hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre”. En ese momento indescriptible para la mejor pluma, cada uno de nosotros ha sido confiado a la protección de la Virgen María. Y Ella lo viene cumpliendo amorosamente”.

“María al pie de la Cruz no es la mujer derrotada que se apaga ante el dolor. Sucede todo lo contrario: ella es verdaderamente la mujer fuerte que desde su identidad femenina y maternal encuentra fuerza en el dolor y así se convierte en expresión viva del evangelio y en aporte concreto a la redención del mundo”, enfatizó.
Al término de su predicación, el Pastor Diocesano pidió “a nuestra querida Madre del Valle que nos enseñe a estar al pie de la Cruz; a ser fecundos en el dolor; a vivir con esperanza los fracasos; a aceptar a los dolientes en nuestra vida y a confiar plenamente en la fidelidad de Dios Padre”.
Durante la celebración eucarística, los matrimonios presentes renovaron las promesas matrimoniales, proclamaron las lecturas del día y acercaron las ofrendas al altar.
Antes de finalizar la Santa Misa, representantes de la Comunidad Cenáculo, que trabaja en la recuperación de jóvenes adictos, brindaron su testimonio de vida ante los presentes.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Queridos Devotos y Peregrinos:

Bienvenidos a su casa. La Madre del Valle los estaba esperando para verlos, abrazarlos y colmarlos con dones celestiales.
Durante esta jornada nos propusimos reflexionar sobre María del Valle como esperanza nuestra, que es el antiquísimo lema que enriquece el escudo de su santuario.
Los alumbrantes de este último día son todos los grupos, movimientos e instituciones que se nuclean en la Pastoral Familiar Diocesana. Bienvenidos y muchas gracias por todo lo que hacen a favor de esta vital institución social y eclesial.
Si bien el año pasado lo dedicamos a reflexionar específicamente sobre la familia, lo mismo este año dedicado a los jóvenes es ocasión para que la familia se pregunte qué está haciendo con sus jóvenes, qué iniciativas concretas para atenderlos en sus necesidades y reclamos y cómo el mundo adulto se acerca a sus jóvenes para amarlos, escucharlos, confortarlos, valorarlos, corregirlos y alentarlos a crecer en la fe y el amor.
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ayuda a fortalecer nuestro amor a la Virgen María, puesto que Ella es el testimonio de los cielos nuevos y la tierra nueva a donde todos estamos llamados a llegar (cf. Ap 21,1). Ella es esa esposa ataviada para su marido (cf. Ap 21,2), modelo de cómo nuestras almas deben desposarse con Jesús. Ella es la morada más excelsa que Dios tuvo en la tierra (cf. Ap 21,3). Con Ella Dios comenzó a hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).
Para meditar sobre la fantástica obra de Dios a favor de los seres humanos se tomó unos versículos del libro de la valiente y creyente Judit, mujer que se convirtió en un arquetipo que permitirá no sólo a la tradición judía, sino también a la cristiana, poner de relieve la predilección de Dios por lo que se considera frágil y débil, pero que precisamente por eso es elegido para manifestar la potencia divina. También es una figura ejemplar para expresar la vocación y la misión de la mujer, llamada, al igual que el hombre, de acuerdo con sus rasgos específicos, a desempeñar un papel significativo en el plan de Dios. Algunas expresiones del libro de Judit pasarán, más o menos íntegramente, a la tradición cristiana, que verá en la joven viuda judía una de las prefiguraciones de María… ¿No se escucha un eco de las palabras de Judit cuando María, en el Magníficat, dice: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,52)... Como también «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza» (Jdt 15,9).
Qué maravilla que Dios nos haya elegido en Cristo a ser santos y sin mancha delante de Él (Ef 1,4); y, para lograrlo, nos dio como ayuda singular a su Madre bendita.
Ahora los invito a que pongamos una vez más la mirada del corazón sobre el texto del Evangelio (Jn 19,25-27), la escena cumbre del sufrimiento de María al pie de la Cruz de Cristo. Un misterio de amor y dolor, que son dos caras de la misma moneda. 
Estamos ante un momento espiritualmente denso, rico de contenido, con grandes lecciones para nosotros.
En primer lugar pongamos la mirada en Jesús crucificado y no perdemos de vista que Él está en el centro de la escena. De su entrega en la cruz brota la vida, Él muere como el Cordero pascual que con su sangre redime al mundo. 
En segundo lugar, vemos que María, la Madre, no es ajena al acontecimiento. Ella vive intensamente y de manera participativa la realidad de la redención que Jesús nos obtiene en Cruz y que ratifica con la Resurrección.
Jesús la hizo depositaria de sus dones de salvación y vio en ella la primera respuesta humana plena a su gesto de amor sin límites.  Para Jesús, la presencia de su Madre fue un tesoro inmenso en ese momento porque vio cómo su entrega era recibida por aquella que tenía el corazón preparado para recibir la total entrega de su amor.

El último gesto de amor de Jesús, quien ha venido dándolo todo, es el don de su propia Madre. Esto se realiza en el bello diálogo en el que une a su madre y al discípulo amado como madre e hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre”. En ese momento indescriptible para la mejor pluma, cada uno de nosotros ha sido confiado a la protección de la Virgen María. Y Ella lo viene cumpliendo amorosamente.
Tengamos presente que María vive este momento de su historia de fe de manera plenamente humana. Se trataba de la muerte de su Hijo con quien estuvo profundamente unida de cuerpo y de corazón. 
En un momento así la madre pierde el centro de su vida.  La herida es profunda, un vacío interno se produce. Para María, la ruptura con su Hijo amado que le entrega su último suspiro al Padre, le desgarra su corazón materno. La madre sufre... Pero el de María no es un dolor que se encierra en sí mismo, cayendo en la desesperación. Es más bien un dolor fecundo. En esta “hora” María vuelve a ser Madre, un nuevo parto se realiza en su existencia fecunda de amor. La maternidad de María se expande para acoger en sí al “discípulo amado” y en él a toda la Iglesia. María ama a sus hijos participando del amor que brota de la Cruz de Jesús, de ahí que no se trata de un simple sentimiento, sino del amor fecundo que brota del dolor que salvó al mundo transformando la muerte en vida. Ella se ofrece a sí misma junto con Jesús al Padre.

María al pie de la Cruz no es la mujer derrotada que se apaga ante el dolor. Sucede todo lo contrario: ella es verdaderamente la mujer fuerte que desde su identidad femenina y maternal encuentra fuerza en el dolor y así se convierte en expresión viva del evangelio y en aporte concreto a la redención del mundo.
Le pidamos a nuestra querida Madre del Valle que nos enseñe a estar al pie de la Cruz; a ser fecundos en el dolor; a vivir con esperanza los fracasos; a aceptar a los dolientes en nuestra vida y a confiar plenamente en la fidelidad de Dios Padre.
 ¡Viva Jesucristo Resucitado!    ¡Viva la Virgen del Valle!