Camino a la Beatificación

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13 abril 2013

Mons. Urbanc a los jóvenes: “No tengan miedo de entregarse totalmente a la causa de Jesucristo”


En la jornada del viernes 12 de abril, los jóvenes homenajearon a la Virgen del Valle con una peregrinación, la celebración de la Santa Misa y un espectáculo de música y canto, en el marco del Año Diocesano de la Juventud.
En el día en que la Iglesia de Catamarca celebró los 122 años de la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen, los chicos se concentraron en horas de la tarde en el Paseo General Navarro (La Alameda) o Plaza de la Coronación, para peregrinar por calle San Martín cantando y portando bombos y muñecos gigantes de la Virgen del Valle y del Papa Francisco.
El punto de llegada fue el Paseo de la Fe, donde participaron de la Santa Misa, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el asesor de la Pastoral Juvenil, Pbro. Víctor Hugo Vizcarra, el Rector del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. José Antonio Díaz, entre otros sacerdotes.
Junto con la Pastoral de la Juventud Diocesana, Movimientos e Instituciones Diocesanas de Jóvenes, tributaron honores los Institutos de Estudios Superiores públicos provinciales, municipales y privados (confesionales y no confesionales), que participaron con sus abanderados y escoltas.

La celebración eucarística comenzó con el ingreso de la Sagrada Imagen en brazos del Señor Obispo, quien la colocó en la urna preparada para albergarla durante todo el homenaje.
Tras la proclamación de la Palabra, a cargo de los jóvenes, y la lectura del Evangelio leído por el diácono Facundo Brizuela, Mons. Urbanc pronunció su homilía, expresando que “Frente a las dificultades que pueden surgir por causa de vivir la fe, sepamos que Dios nos acompañará y hará que siempre triunfe el Amor, como triunfó después de la ignominia de la Cruz. Dios es Vida, en cambio la muerte no es nada, por tanto ésta no puede vencer, porque no es. En cambio, la Vida sí, porque es”.
Dirigiéndose a los chicos dijo: “A ustedes, jóvenes, los invito a que no tengan miedo de entregarse totalmente a la causa de Jesucristo, que es la implantación del Reino del amor, la vida, la fraternidad, la justicia, la unidad y la paz, porque el triunfo ya está asegurado, aunque en medio de sacrificios, sufrimientos, incomprensiones y maltratos”.

Tomando el texto del Evangelio referido al pasaje de la multiplicación de los panes, Mons. Urbanc expresó: “El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una ‘anorexia espiritual’, que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. Es cierto que nos embarga la impotencia queriendo llegar a todos, pero no nos desanimemos, vayamos haciendo lo que podamos... Lo que está claro que no nos podemos permitir la pasividad, la pereza, la dejadez o mirar para otro lado, sino reavivar la esperanza. El Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces”.
Luego rogó: “Señor Jesús, aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque de momento no veamos el fruto del trabajo”.


En el momento de las ofrendas, los alumbrantes llevaron hasta el altar elementos que serán destinados a los hermanos afectados por las inundaciones en la provincia de Buenos Aires.
Finalizada la Santa Misa, se ofreció a todos los presentes un espectáculo artístico de canto y danzas, que recibió el aplauso de quienes se dieron cita en el Paseo de la Fe, entre quienes se encontraban el Señor Intendente de San Fernando del Vale de Catamarca, Lic. Raúl Jalil, y miembros de su gabinete.
 
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
En esta jornada se nos propuso que pensáramos si en verdad somos dichosos de sufrir en el proceso de compartir la fe.

Esta pregunta se la dirijo ahora a ustedes, queridos jóvenes, que peregrinan a honrar a la querida Madre del Valle. Bienvenidos a esta celebración. La Virgen los cobije bajo su manto y los lleve al encuentro de Jesús pues a Él lo están buscando.

La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (5,34-42) nos hace tomar conciencia de que el seguimiento de Cristo implica compartir la cruz del dolor con el Maestro. “Ningún siervo es más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán. Si han obedecido mis enseñanzas, también obedecerán las de ustedes. Los tratarán así por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió” (Jn 15,20-21). Por tanto, si no nos persiguen por causa de la fe, es signo de que está muerta, que no está animada por el amor, que no incide en nuestras actitudes, ni regula nuestras relaciones interpersonales. Es decir, que se divorciaron la fe y la vida.
Frente a las dificultades que pueden surgir por causa de vivir la fe, sepamos que Dios nos acompañará y hará que siempre triunfe el Amor, como triunfó después de la ignominia de la Cruz. Dios es Vida, en cambio la muerte no es nada, por tanto ésta no puede vencer, porque no es. En cambio, la Vida sí, porque es.
Este fue el consejo del sabio Gamaliel a sus colegas: “mi consejo es que se olviden de estos hombres y los dejen en paz; porque, si lo que ellos se proponen hacer es cosa de hombres, desaparecerá; pero si procede de Dios, ustedes no podrán destruirlo. No corran el riesgo de luchar contra Dios”.
A ustedes, jóvenes, los invito a que no tengan miedo de entregarse totalmente a la causa de Jesucristo, que es la implantación del Reino del amor, la vida, la fraternidad, la justicia, la unidad y la paz, porque el triunfo ya está asegurado, aunque en medio de sacrificios, sufrimientos, incomprensiones y maltratos.
            El texto concluye diciendo: “Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos salieron de la presencia del Consejo alegres de haber merecido tales injurias por causa del nombre de Jesús. Y día tras día, tanto en el templo como por las casas, no cesaban de enseñar y anunciar que Jesús es el Mesías”.
¡Coraje, chicos y chicas, por Jesús vale la pena!...Cuando les toque sufrir, digan con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar?...Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo…Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Sal 26,1.4.13-14).
           
De la lectura del Evangelio (Jn 6,1-15) queda claro que Jesús nos sigue desafiando a que lo demos como alimento al mundo entero. Que nadie se quede sin saborear el pan vivo bajado del cielo para la vida del mundo.
La narración nos dice que sobraron doce canastas, esto significa que después de que todos se alimentaron, su gracia no se terminó sino que sigue abundante para todos sus hijos hasta el fin del mundo. De ahí el mandato misionero de ir a todos los rincones de la tierra para hacer actual el milagro de la transformación del pan. La Iglesia, aunque dispersada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe, guarda esta predicación y esta fe con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón, las predica, las enseña y las transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca (CIC 173).
Como miembros vivos de la Iglesia debemos asumir la misión, convencidos de que superará los contratiempos, porque su enseñanza y su obrar tienen su origen en Jesús. Por esta razón son muy oportunas las palabras del Concilio Vaticano II: “así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida de la Iglesia» (SC 6).
El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una “anorexia espiritual”, que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. Es cierto que nos embarga la impotencia queriendo llegar a todos, pero no nos desanimemos, vayamos haciendo lo que podamos... Lo que está claro que no nos podemos permitir la pasividad, la pereza, la dejadez o mirar para otro lado, sino reavivar la esperanza. El Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces.
Señor Jesús aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque de momento no veamos el fruto del trabajo.
Madre querida del Valle, la siempre joven porque eres llena de gracia, acoge a estos jóvenes que te aman y dales el valor de decir SÍ a Dios como lo hiciste Tú.

¡Viva Cristo Resucitado!   ¡Viva la Virgen del Valle!