Camino a la Beatificación

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04 diciembre 2014

Urbanc: “Un fiel laico coherente debe obrar como sal que da sabor y como luz que ilumina”

En el quinto día del novenario, el miércoles 3 de diciembre, rindieron tributo a la Virgen del Valle la Señora Gobernadora, Dra. Lucía Corpacci; el Señor Intendente de San Fernando del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil; y los Señores Intendentes del Interior de la Provincia, entre ellos el jefe comunal de Fray Mamerto Esquiú, Dn. Humberto Valdez, y sus respectivos gabinetes.
La Santa Misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por los Pbros. Lucas Segura, Capellán del Santuario Mariano, y Diego Manzaraz, Vicario Parroquial de Andalgalá.
Como ocurre en estos días, participó de la celebración eucarística una gran cantidad de fieles devotos y peregrinos, que continúan llegando hasta la casa de la Madre Morena para homenajearla.

La misión del laico en el mundo

En correspondencia con el quinto día de la novena que proponía meditar acerca de cómo
está fructificando la fe en cada uno, durante su homilía, Mons. Urbanc dijo que “ustedes, los fieles laicos, son el rostro de la Iglesia de hoy en Catamarca. Ustedes constituyen la casi totalidad de los bautizados, ya que en una población estimativa de 356.000 miembros, los sacerdotes y consagrados representamos apenas el 0,025 % de la Diócesis de Catamarca. Miren la responsabilidad que tienen en todos los ámbitos de la sociedad, tanto en lo civil, como en lo religioso. La Iglesia, hoy, es lo que ustedes son. Si ustedes son coherentes con su fe, ésta debería impregnar todas las decisiones y la conducta de cada uno en su hogar, en el trabajo, en el ámbito político, gubernamental, empresarial, gremial, educativo, sanitario, deportivo, jurídico, legislativo, cultural, turístico, religioso, etc.”.
Ahondando sobre la misión del laico, expresó que “un fiel laico, coherente con la gracia de la filiación divina recibida en el bautismo, debe obrar como Nuestro Señor Jesucristo lo
prescribe en sus enseñanzas: como sal que da sabor y que preserva de la corrupción, como luz que ilumina, que da calor y que purifica, y como levadura que leuda toda la masa de la humanidad para que en ella resplandezca su origen divino y obre con los criterios divinos”.

Llevar la luz de la verdad a quienes están en la oscuridad

En otro tramo de la predicación, el Obispo enfatizó que “tienen que llevar la luz de la verdad y el amor de Dios a los que se encuentran en la oscuridad, a los que viven con miedo, a los que la pobreza degrada día a día, a los que carecen de hogar, trabajo y educación, a los que están sumidos en la desesperación y sufren conflictos familiares, a los que están ahogados por problemas económicos, a los que las adicciones han aprisionado en la droga, el alcohol, el juego, la vagancia, el consumismo, etc., a los que venden su dignidad por dinero y a los que lucran con la trata de personas. También deben llevar luz a las personas que viven sin un propósito o significado en la vida, por ejemplo, las que todavía no saben por qué fueron creadas ni a dónde va su vida”.

Asimismo, afirmó que “ser sal de la tierra conlleva sazonar el mundo con la presencia de Cristo e impregnarlo con el sabor del Evangelio, teniendo en cuenta que Jesús les advierte que la sal que se vuelve insípida ya no sirve. Un modo de volverse insípidos es la tibieza, la mediocridad y la apatía con la que viven su fe y, por ende, dejando de ser testigos creíbles del Evangelio, que es el mismo Jesús”.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Queridos devotos y peregrinos:
                                                             En esta última celebración del día nos honran con su presencia autoridades de los ejecutivos provincial y municipal. Saludo cordialmente a la doctora Lucía Corpacci y su Gabinete, al licenciado Raúl Jalil y su Gabinete y a los demás intendentes con sus respectivos colaboradores. Bienvenidos a esta Santa Liturgia, que el Señor y la Virgen del Valle los sigan protegiendo, iluminando, guiando y fortaleciendo en el servicio del pueblo catamarqueño.                                                              
En este quinto día de la novena en honor a nuestra Madre del Valle se les ha propuesto meditar acerca de cómo está fructificando la fe de ustedes como Fieles Laicos. Y esto es muy importante, ya que son el rostro de la Iglesia de hoy en Catamarca. Ustedes constituyen la casi totalidad de los bautizados, ya que en una población estimativa de 356.000 miembros, los sacerdotes diocesanos somos 56, los sacerdotes religiosos son 9 y las consagradas 28, es decir, que sacerdotes y consagrados representamos apenas el 0,025 % de la diócesis de Catamarca. Miren la responsabilidad que tienen en todos los ámbitos de la sociedad, tanto en lo civil, como en lo religioso. La Iglesia, hoy, es lo que ustedes son. Si ustedes son coherentes con su fe, ésta debería impregnar todas las decisiones y la conducta de cada uno en su hogar, en el trabajo, en el ámbito político, gubernamental, empresarial, gremial, educativo, sanitario, deportivo, jurídico, legislativo, cultural, turístico, religioso, etc.
Un Fiel Laico, coherente con la gracia de la filiación divina recibida en el bautismo, debe obrar como Nuestro Señor Jesucristo lo prescribe en sus enseñanzas: como sal que da sabor y que preserva de la corrupción, como luz que ilumina, que da calor y que purifica (cf. Mt 5,13-16) y como levadura que leuda toda la masa de la humanidad para que en ella resplandezca su origen divino y obre con los criterios divinos (cf. Mt 13,33).
Ustedes, los fieles laicos, tienen que llevar la luz de Cristo a los demás. El día de su bautismo sus padres los presentaron y los ofrecieron en el templo como José y María a Jesús. Por medio del bautismo han recibido el don de una nueva vida en Dios, quien los purificó con su gracia y convirtió en el templo del Espíritu Santo. O sea, que Dios los ha constituido en luz para que la lleven a los demás y no les está permitido sacarse el lazo de esta maravillosa responsabilidad.
Tienen que llevar la luz de la verdad y el amor de Dios a los que se encuentran en la oscuridad, a los que viven con miedo, a los que la pobreza degrada día a día, a los que carecen de hogar, trabajo y educación, a los que están sumidos en la desesperación y sufren conflictos familiares,  a los que están ahogados por problemas económicos, a los que las adicciones han aprisionado en la droga, el alcohol, el juego, la vagancia, el consumismo, etc., a los que venden su dignidad por dinero y a los que lucran con la trata de personas. También deben llevar luz a las personas que viven sin un propósito o significado en la vida, por ejemplo, las que todavía no saben por qué fueron creadas ni a dónde va su vida.
Ser sal de la tierra conlleva sazonar el mundo con la presencia de Cristo e impregnarlo con el sabor del Evangelio, teniendo en cuenta que Jesús les advierte que la sal que se vuelve insípida ya no sirve. Un modo de volverse insípidos es la tibieza, la mediocridad y la apatía con la que viven su fe y, por ende, dejando de ser testigos creíbles del Evangelio, que es el mismo Jesús. Sí, queridos hermanos, deben crecer en fervor y celo por el amor y la verdad que se revela en la persona de Cristo, salvador de toda la humanidad.
Por último, Jesús empleo la imagen de la levadura para describir el Reino de Dios, diciendo: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentarse” (Mt 13,33). Es importante entender esta imagen. Se requiere solamente un poquito de levadura para hacer que una cantidad grande de harina se fermente. Así deben ser en el mundo. El Concilio Vaticano II utilizó esta misma imagen para describir el papel de los fieles laicos en la vida y la misión de la Iglesia (Lumen Gentium, 31). Es decir que tienen que santificar el mundo desde su interior, como la levadura, y estarán cumpliendo sus propios deberes y la misión que Dios les ha confiado.
Queridos fieles laicos, tanto los ama el Señor y confía en ustedes que, parafraseando el texto de Isaías, con la ayuda de ustedes quiere “ofrecer a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos y un banquete de vinos añejados, arrancar el velo que cubre a todos los pueblos, destruir la Muerte para siempre, enjugar las lágrimas de todos los rostros y borrar de toda la tierra el oprobio de su pueblo. Y se dirá en aquel día: Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!” (25,6-9).
Y del evangelio de Mateo destaco la preocupación de Jesús de que la gente, que ya andaba tres días con Él, no se fuera en ayunas. Es a ustedes a quienes les pide que no dejen en ayunas a la gente, tanto en lo material, sabiendo compartir con el que menos tiene, pero sobre todo en el orden espiritual. La gente tiene derecho que los que son hijos e hijas de Dios por el bautismo, les sacien el hambre de conocer a Dios y de llegar a ser hijos e hijas de Dios, el hambre de conocer y vivir en la verdad, el hambre de ser justos y practicar la justicia, el hambre de amar y de ser amados, el hambre de vivir en libertad y de ser libres de verdad, el hambre de unidad y de vivir en comunidad, el hambre de amistad y de vivir como amigos, el hambre de fraternidad y de ser solidarios, el hambre de paz y de ser fautores de la paz.
En fin, con el salmista hemos cantado que “el Señor es nuestro Pastor, que nada nos puede faltar; que Él nos hace descansar en verdes praderas, que nos conduce a aguas tranquilas, que repara nuestras fuerzas y nos conduce por senderos de justicia” (Sal 22,1-3b); por eso, le pidamos a nuestra Madre y Protectora celestial que así como Ella creía y oraba con estas certezas, también nosotros lo hagamos con mayor compromiso, generosidad, alegría y fidelidad. ¡Así sea!

¡¡¡Nuestra Madre del Valle!!!   ¡¡¡Ruega por nosotros!!!