Camino a la Beatificación

siguenos en facebook Canal de youtube siguenos en facebook

09 julio 2015

El Obispo presidió el Solemne Te Deum en la centenaria iglesia de Choya

Mons. Urbanc: “Pidamos a Dios una Patria
de ciudadanos dignos, justos y amistosos”

“La celebración de la declaración de la independencia nos convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y la fe en Dios de los próceres que protagonizaron esta gesta fundacional de nuestra vida patria”, dijo Mons. Luis Urbanc.

En el marco de los actos conmemorativos del 199° aniversario de la Independencia, esta mañana, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió el Solemne Te Deum en el centenario templo dedicado al Señor de los Milagros, ubicado en Choya, frente a la plaza San Juan Pablo II. En la oportunidad estuvo acompañado por el Pbro. Antonio Bulacio, quien atiende espiritualmente a esa comunidad del sector norte de la ciudad capital.
La ceremonia religiosa contó con la presencia de la Señora Gobernadora de Catamarca, Dra. Lucía Corpacci, el Señor Vicegobernador, Dr. Dalmacio Mera; el Señor Intendente de San Fernando del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil, el Señor Presidente del Concejo Deliberante, Víctor Rodríguez, miembros del gabinete provincial y municipal, concejales y pueblo en general.
Los cantos de alabanza a Dios fueron interpretados por el Coro de Cámara de la Municipalidad de San Fernando del Valle de Catamarca.
En el inicio de su mensaje, Mons. Urbanc se refirió a la fecha patria y al antiguo templo de Choya, inaugurado en 1814, indicando que “este acontecimiento, que con razón puede ser reconocido como el más saliente de nuestra historia, sucedió escasamente dos años después del comienzo de la acción cultual en este templo que, siendo monumento de la fe y de la historia, nos ayuda a sentir las palpitaciones de la vida patria de aquellos memorables momentos en los que los congresistas reunidos en Tucumán procuraban emanciparse de su rey tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto, porque querían conciliar la antigua religión con la nueva patria”.
Asimismo, expresó que “la celebración de la declaración de la independencia, que no sellaba una realidad ya lograda, sino que abría audazmente la era jurídica que debía consolidarse con el paso de los años, nos convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y la fe en Dios de los próceres que protagonizaron esta gesta fundacional de nuestra vida patria”.

El Pastor Diocesano dedicó parte de su reflexión a la dignidad de la persona humana, manifestando que “toda persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad, por lo que una sociedad no puede ser justa sino solamente en el respeto de la persona humana, que es el fin último hacia el que la sociedad está ordenada. Eso significa que la persona humana en ningún caso puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo y que no puede ser sometida a proyectos de carácter económico, social o político; como tampoco puede ser obstaculizada en el ejercicio de su libertad, don eminente que Dios dio al hombre para que pudiese tender hacia el bien en sumisión a las normas impuestas por el Sumo Hacedor y en un marco de respeto a las normas cívicas que regulan el orden económico, social, jurídico, político y cultural”.
Y agregó que “Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos, por lo que debe ser custodiada y promovida eficazmente por la comunidad en marcha hacia la plena independencia”.
Respecto de los derechos humanos afirmó que “han de ser tutelados y promovidos, en el flujo del poderoso movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre, que es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. Derechos cuya raíz se ha de buscar en la misma dignidad que pertenece a todo ser humano y cuya fuente no se encuentra ni en la voluntad del hombre ni en la realidad del Estado ni en los poderes públicos, sino en la naturaleza del hombre y en Dios su Creador”.
También remarcó que “a un determinado derecho natural de cada persona humana corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo, por lo que no pueden afirmarse los derechos sin prever una correlativa responsabilidad. En efecto, derechos y deberes son dos aspectos complementarios de una misma relación”.
En otro tramo de su mensaje expresó que “para proseguir adelante en el camino de la plena independencia, se hace imperioso basar la convivencia en el amor social, porque la convivencia civil y política adquiere todo su significado si está basada en la amistad civil y en la fraternidad”.

Resaltó que “en este día de fiesta, de gratitud y de compromiso, asumamos con decisión el proyecto de los próceres de ayer para continuar hoy con prudente diligencia la marcha hacia una plena independencia, una completa soberanía y una gozosa libertad, preparando con perseverante laboriosidad un mañana cada vez más luminoso hecho de personas dignas que ejercen sus derechos en el seno amistoso de una comunidad fraterna”. Todo esto con la confianza en Dios, como lo hacían los padres de la Patria, quienes “ponían su confianza en Dios, imploraban a la Virgen y se lanzaban con denuedo y audacia hacia las metas que signaron nuestro destino”. Por eso, “hoy pidámosle al Señor una Patria de ciudadanos dignos, justos y amistosos”.
Durante la celebración se elevaron las plegarias comunitarias y se rezó la Oración por la Patria.


TEXTO COMPLETO DEL MENSAJE DEL OBISPO
Nos hemos reunido en este antiguo y sacro recinto dedicado a Dios y al culto público el año 1814 y puesto bajo el patrocinio del Señor del Milagro, para recordar y celebrar el acontecimiento que dio rumbo definido a los seis años de vida libre, representó la total ruptura con el antiguo régimen e inauguró una nueva forma de soberanía para nuestro pueblo argentino.
Este acontecimiento, que con razón puede ser reconocido como el más saliente de nuestra historia, sucedió escasamente dos años después del comienzo de la acción cultual en este templo que, siendo monumento de la fe y de la historia, nos ayuda a sentir las palpitaciones de la vida patria de aquellos memorables momentos en los que los congresistas reunidos en Tucumán procuraban emanciparse de su rey tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto, porque querían conciliar la antigua religión con la nueva patria, según lo refleja la solemne fórmula de aquella inmortal decisión: “Nos los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carácter de nación libre, e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli...”; fórmula que fue rubricada al día siguiente con la celebración de la Misa de Acción de Gracias y la oración patriótica por parte del diputado Castro Barros, y jurada once días después al proclamar los congresistas que “por Dios Nuestro Señor y esta señal de cruz, (juraban) promover y defender la libertad de las Provincias Unidas en Sud América y su independencia del rey de España Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación extranjera”, comprometiéndose a sostener esos derechos “hasta con la vida, haberes y fama”.
La celebración de la declaración de la independencia, que no sellaba una realidad ya lograda, sino que abría audazmente la era jurídica que debía consolidarse con el paso de los años, nos convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y la fe en Dios de los próceres que protagonizaron esta gesta fundacional de nuestra vida patria, para que sigamos adelante en el camino hacia una completa independencia en la cual se goce una plena y auténtica libertad, hecha de trabajo generoso y sacrificado por la dignificación de la persona humana, la tutela y promoción de sus derechos, y la implantación de una convivencia basada en la amistad civil.
En efecto, la persona humana fue creada por Dios como unidad de cuerpo y alma para que con su cuerpo unificara los elementos del mundo material y por su espiritualidad superase la totalidad de las cosas, penetrase en la estructura más profunda de la realidad y se abriese a la trascendencia, existiendo como ser único e irrepetible, como un “yo” capaz de comprender su propio misterio, poseer sus decisiones y labrar su porvenir. Por eso, toda persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad, por lo que una sociedad no puede ser justa sino solamente en el respeto de la persona humana, que es el fin último hacia el que la sociedad está ordenada. Eso significa que la persona humana en ningún caso puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo y que no puede ser sometida a proyectos de carácter económico, social o político; como tampoco puede ser obstaculizada en el ejercicio de su libertad, don eminente que Dios dio al hombre para que pudiese tender hacia el bien en sumisión a las normas impuestas por el Sumo Hacedor y en un marco de respeto a las normas cívicas que regulan el orden económico, social, jurídico, político y cultural.
Queridos hermanos, sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos, por lo que debe ser custodiada y promovida eficazmente por la comunidad en marcha hacia la plena independencia.
También los derechos humanos han de ser tutelados y promovidos, en el flujo del poderoso movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre, que es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. Derechos cuya raíz se ha de buscar en la misma dignidad que pertenece a todo ser humano y cuya fuente no se encuentra ni en la voluntad del hombre ni en la realidad del Estado ni en los poderes públicos, sino en la naturaleza del hombre y en Dios su Creador. Derechos que son universales, inviolables e inalienables, y que exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en su conjunto, y que consisten en el derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón del padre y de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos, el derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad; el derecho a la libertad religiosa para vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona.
Pero, queridos hermanos, en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada persona humana corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo, por lo que no pueden afirmarse los derechos sin prever una correlativa responsabilidad. En efecto, derechos y deberes son dos aspectos complementarios de una misma relación.
Junto a estos derechos de las personas están los derechos del pueblo a la existencia, a la propia lengua y cultura, a modelar su vida según las propias tradiciones, a construir el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada, todo lo cual expresa y promueve la soberanía espiritual de la Nación.
Y, en fin, para proseguir adelante en el camino de la plena independencia, se hace imperioso basar la convivencia en el amor social, porque la convivencia civil y política adquiere todo su significado si está basada en la amistad civil y en la fraternidad; las cuales son un amplio campo labrado en el desinterés, la sobriedad, la generosidad y la atención a las necesidades ajenas; eficaz actitud que hace tender hacia la promoción integral de la persona y del bien común para dar un sólido fundamento a la vida comunitaria; gozosa experiencia por la cual la persona humana encuentra su plena realización al superar la lógica de exigir a los otros por la de trabajar por los otros, respondiendo de ese modo con mayor plenitud a su esencia y vocación comunitarias.
Queridos hermanos, en este día de fiesta, de gratitud y de compromiso, asumamos con decisión el proyecto de los próceres de ayer para continuar hoy con prudente diligencia la marcha hacia una plena independencia, una completa soberanía y una gozosa libertad, preparando con perseverante laboriosidad un mañana cada vez más luminoso hecho de personas dignas que ejercen sus derechos en el seno amistoso de una comunidad fraterna.
Los padres de la Patria ponían su confianza en Dios, imploraban a la Virgen y se lanzaban con denuedo y audacia hacia las metas que signaron nuestro destino. Hoy el Señor nos dijo: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”; pidámosle, pues, una Patria de ciudadanos dignos, justos y amistosos; busquemos a su luz el camino para avanzar hacia una más plena independencia hecha de soberanía, libertad, sobriedad y respeto; y llamemos a las puertas de su generosidad, para que, por el don de su Espíritu, nos dé el amor social hecho de paciencia, servicio, humildad, decoro, desinterés, paz, perdón, solidaridad, compasión, justicia y verdad.