Camino a la Beatificación

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14 abril 2018

Mons. Urbanc en la misa de homenaje de los jóvenes


 “Madre, haz que cada joven esté dispuesto a hacer de su corazón tu casa”

En la noche del viernes 13 de abril, sexto día del Septenario, los jóvenes rindieron su homenaje, que comprendió una previa en el Paseo de la Fe con la participación de una murga, y la Misa presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Asesor de la Pastoral Juvenil Diocesana, Pbro. Facundo Brizuela.
Durante su homilía, tomando como eje el Evangelio referido a la multiplicación de los panes para saciar a la multitud hambrienta, Mons. Urbanc reflexionó que “actuar y remediar estas hambres no es suficiente: el pan que Jesús distribuye, el nuevo y definitivo maná, está destinado a saciar también otras hambres más profundas y definitivas: hambre de bien y de salvación, hambre de verdad y de justicia, hambre de Dios”.

Asimismo, enfatizó que “no se puede reducir el mensaje cristiano a un discurso de solidaridad social o económica, aunque ésta sea una exigencia de la verdadera fe. Si se diera tal reduccionismo, es fácil caer en la tentación de ‘usar’, de manipular a Dios, para hacer de Él el talismán de nuestros deseos y nuestros planes, como aquella multitud que, viendo el signo poderoso de Jesús, quiso llevárselo y proclamarlo rey a la fuerza. Cuando hacemos así, en realidad ya estamos abandonando a Cristo, estamos rechazando su mensaje, el significado verdadero de sus signos, y lo forzamos a alejarse de nosotros, a quedarse solo, como se quedó solo ante los que decidieron matarlo”.
Dirigiéndose a los jóvenes los exhortó: “Aliméntense de la Eucaristía para que tengan la
fuerza que necesitan de manera que den testimonio de Jesús en cualquier circunstancia, sea en situaciones muy dolorosas, como, sobre todo, en las exigencias de cada día, que es donde más cuesta rechazar la tentación de la mediocridad”.
“Jamás pongan excusas ante Jesús, pongan los cinco panes y dos pescados que siempre tendrán y verán los milagros que hace el amor, la generosidad, la fe y la solidaridad”, afirmó.
Y rogó a la Virgen María: “Madre de los jóvenes, haz que cada uno de estos jóvenes esté dispuesto a hacer de su corazón tu casa, donde Tú seas la Reina que guíe sus vidas, que los fortalezca en sus debilidades y miedos, los levante de sus caídas, los cure de las secuelas del pecado, los libere de los
vicios, los entusiasme en los nobles proyectos, los ilumine en sus decisiones y los conduzca por los senderos del bien, la justicia, la verdad y la libertad. Madre, son tuyos, recíbelos. Que sientan tu amor maternal y jamás se aparten de Ti”.
En el momento de preparar la mesa eucarística, los alumbrantes acercaron elementos para el servicio a los hermanos peregrinos, junto con el pan y el vino.
Antes de finalizar la Eucaristía, el Padre Facundo Brizuela presentó a los miembros del Equipo de Pastoral Juvenil de la Diócesis, y comentó que una delegación de 250 catamarqueños participará del Encuentro Nacional de Juventud, que se realizará este año en Rosario, Santa Fe.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:
            En este sexto día del septenario honran a la Santísima Madre del Valle nuestros jóvenes, presente y futuro de la Iglesia y de la sociedad toda. Bienvenidos queridos jóvenes. ¡Paz y Bien!
            Se nos propuso meditar en esta jornada acerca del desafío que se le presenta a la Piedad Popular de compartir desde la pobreza… Sí, queridos jóvenes, ustedes materialmente podrán sentirse pobres, a pesar de que poseen muchos chiches que les ofrece la sociedad de consumo, pero son muy ricos con el potencial de fuerza, energías y posibilidades que tienen. El secreto está en saber equilibrar todo, para ello necesitan recurrir a la experiencia de sus mayores, de modo que sepan tomar la decisión correcta.

            Antes de proseguir daré continuidad a la lectura de la carta Placuit Deo, cap. III, que comencé a leerles ayer, a pedido del Papa Francisco…
            La pedagogía de la Liturgia, luego de habernos adentrado en la importancia del bautismo, ahora nos ocupará durante una semana con la Eucaristía, como lugar privilegiado donde ver al Señor y encontrarse con él. El evangelista Juan, que no recoge en su Evangelio la institución de la Eucaristía, la presenta, en cambio, en el gran discurso del Pan de Vida (Jn 6).
Una situación de necesidad sirve como introducción a este discurso y los diferentes diálogos. Cerca ya de la Pascua una multitud se encuentra con Jesús en un lugar solitario, situación que evoca al pueblo judío en el desierto, milagrosamente alimentado por Dios con el maná, lo cual plantea un dilema: ¿Cómo alimentar a una multitud en descampado? Jesús, nuevo Moisés, alimentará a la muchedumbre a partir de escasos medios que toma, bendice y reparte con una fórmula eucarística evidente. Jesús es superior a Moisés, porque éste fue un mediador entre Dios y el pueblo, mientras que aquí es el mismo Dios humanado quien da de comer a la multitud.
El carácter eucarístico de la situación, que se irá revelando en los diálogos posteriores en la sinagoga de Cafarnaúm, no niega sino que se basa en una necesidad física: el hambre de pan. No se pueden separar demasiado radicalmente las necesidades materiales y las espirituales. La atención a las primeras es señal y testimonio de un espíritu nuevo. El que come el pan de la eucaristía no puede no abrir sus ojos con misericordia a las necesidades de los hambrientos (de tantas y diferentes hambres). La sabiduría de la fe pide actuar a favor de los necesitados. Va más allá de esa otra sabiduría humana, reconocida por Lucas en el fariseo Gamaliel que, con respeto a los insondables planes de Dios, se limita a abstenerse de hacer mal (Hch 5,34-42).
Pero actuar y remediar estas hambres no es suficiente: el pan que Jesús distribuye, el nuevo y definitivo maná, está destinado a saciar también otras hambres más profundas y definitivas: hambre de bien y de salvación, hambre de verdad y de justicia, hambre de Dios. No se puede reducir el mensaje cristiano a un discurso de solidaridad social o económica, aunque ésta sea una exigencia de la verdadera fe. Si se diera tal reduccionismo, es fácil caer en la tentación de “usar”, de manipular a Dios, para hacer de Él el talismán de nuestros deseos y nuestros planes, como aquella multitud que, viendo el signo poderoso de Jesús, quiso llevárselo y proclamarlo rey a la fuerza. Cuando hacemos así, en realidad ya estamos abandonado a Cristo, estamos rechazando su mensaje, el significado verdadero de sus signos, y lo forzamos a alejarse de nosotros, a quedarse solo, como se quedó sólo ante los que decidieron matarlo.
Queridos jóvenes, aliméntense de la Eucaristía para que tengan la fuerza que necesitan de manera que den testimonio de Jesús en cualquier circunstancia, sea en situaciones muy dolorosas, como, sobre todo, en las exigencias de cada día, que es donde más cuesta rechazar la tentación de la mediocridad. Estén dispuestos a recibir ultrajes por el Nombre de Jesús (cf. Hch 5,41). “El Señor es su luz y su salvación, ¿a quién van a temer? El Señor es la defensa de su vida, ¿quién los hará temblar? Esperen en el Señor, sean valientes, tengan ánimo, esperen en el Señor” (cf. Sal 26,1.14). Jamás pongan excusas ante Jesús, pongan los cinco panes y dos pescados que siempre tendrán y verán los milagros que hace el amor, la generosidad, la fe y la solidaridad (cf. Jn 6,9).
            Santa María, Madre de los jóvenes, haz que cada uno de estos jóvenes esté dispuesto a hacer de su corazón tu casa, donde Tú seas la Reina que guíe sus vidas, que los fortalezca en sus debilidades y miedos, los levante de sus caídas, los cure de las secuelas del pecado, los libere de los vicios, los entusiasme en los nobles proyectos, los ilumine en sus decisiones y los conduzca por los senderos del bien, la justicia, la verdad y la libertad. Madre, son tuyos, recíbelos. Que sientan tu amor maternal y jamás se aparten de Ti.