Luis Urbanč
por la gracia de Dios y de la Santa
Sede Apostólica,
8º Obispo de Catamarca,
al clero, a los religiosos y
religiosas, y a los fieles laicos de la Iglesia de Catamarca
Queridos hermanos e hijos en el Señor
Hace cuatrocientos años,
los amados habitantes originarios de estas tierras experimentaron una
misteriosa atracción que los hacía dejar sus casas para dirigirse hacia un
recodo de las serranías de Choya. Allí,
congregados en comunidad, se encontraban con una Imagen que representaba a una
Mujer cuya presencia espiritual despertaba en todos un profundo sentimiento de
cercanía, de familiaridad y de amor.
Y no eran presa de la
ilusión, aquellos predecesores nuestros en la fe, cuando percibían en la Imagen
la presencia de la Madre. En ellos se aplicaba en todo su esplendor el instinto
de la fe del pueblo, que no se equivoca en las expresiones más genuinas de las
auténticas convicciones religiosas. En efecto, la Imagen simbolizaba a aquella
Mujer que, estremecida de gozo, cantó con humilde corazón la generosidad del
Dios de las misericordias que hace maravillas a favor de los que temen su
Nombre, los sencillos de corazón, los pobres y los que en Él confían (ver Lc 1, 46ss).
Nació entonces una enternecedora historia de amor entre la
Virgen del Valle y el Pueblo creyente, en la cual nos vemos providencialmente
involucrados y cuya intensidad no decae con los años, porque está transida de
continuos gestos de mutuo cariño que alimentan el amor y lo prolongan en el
tiempo.
En
todos estos años, María Santísima no cesó nunca de prodigarnos las caricias de
su maternal amor, llevando nuestra peregrinación en la tierra hacia la
eternidad del cielo para presentarla ante Jesús convertida en oración
suplicante; y trayendo del cielo a la tierra las gracias conseguidas por su
perseverante intercesión.
De
ello son testimonio las maravillas obradas por el Señor entre nosotros como
respuesta a la oración de la Virgen del Valle. Prodigios que en algunos casos
han dejado su sello indeleble en la memoria del pueblo, pero que en su inmensa
mayoría quedan impresos sólo en las conciencias de quienes se vieron y se ven
beneficiados por los sobreabundantes frutos del amor providente del Señor y de
la protección orante de nuestra Madre celestial.
El
pueblo, por su lado, no quiso ser mezquino en las manifestaciones del amor que
profesa por María Santísima, y multiplicó sus gestos de fidelidad, confianza y
amor en el transcurso de los siglos, de lo cual son muestra cabal las
expresiones que palpamos en nuestro tiempo y que son continuación en el
presente de la profunda piedad mariana de nuestros padres.
Inspirado
por esta historia de fe, de vida y de amor, luego de escuchar el parecer del
Consejo Diocesano de Pastoral y de la Asamblea Diocesana, he decidido que
durante este segundo año del trienio de preparación inmediata para la
celebración de los cuatrocientos años del hallazgo de la Sagrada Imagen de la
Virgen del Valle en la Gruta de Choya, concentremos nuestros esfuerzos de
reflexión, celebración y acción pastoral en torno a la enorme e importantísima
realidad de la piedad popular que anima la fe sencilla de nuestro pueblo
catamarqueño.
Como la piedad popular es un gran tesoro que nos legó
la historia sagrada y nos transmitió la tradición religiosa de siglos para que
lo acojamos, profundicemos, incrementemos y transmitamos enriquecido a las
generaciones futuras; y dado que este tesoro corre el continuo riesgo de
romperse, perderse o corromperse; haremos, con la gracia de Dios, una magnífica
obra que honrará nuestro pasado, iluminará nuestro presente y abrirá nuevas
vetas dignificadoras para el porvenir, si concentramos todo el empeño pastoral
de nuestra Iglesia de Catamarca en torno al estudio, purificación, práctica
fiel y comunicación fraterna de la piedad popular entendida en el contexto de
la religiosidad popular católica, para que sea resplandor veraz de la luz de la
fe, fecundo rito que alimente genuinamente el alma y vigorosa llamada a la
coherencia de vida.
Para guiarlos en esta
espiritual empresa, les he dirigido una Carta Pastoral que espero sea leída con
diligencia y practicada con solicitud, para que este Año de la Piedad de
Nuestro Pueblo, que se extenderá desde el ocho de diciembre de este año hasta
la misma fecha del año próximo, sea para el pueblo un tiempo de renovación en
el amor sencillo que nace del Padre y vuelve hacia Él en Cristo por el
Espíritu, se extiende a la Iglesia celestial, purgante y peregrinante, y se
hace dulce llamada misionera dirigida a los que aún no creen, porque Dios
“quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad”. (1
Tim 2, 4)
Que
la Virgen del Valle, cuya piedad maternal inspira y anima nuestros propósitos,
nos acompañe y ampare para que este año pastoral que el Señor nos ofrece,
signifique para todos un tiempo de renovación en la piedad popular que nos
dispone para vivir en plenitud su ley de gracia, fraternidad, generosidad,
sacrificio, sencillez y amor.
Dado en San Fernando del
Valle de Catamarca, Sede Diocesana, a veinte días del mes de noviembre del Año
de la Formación en la Misión Diocesana Permanente y Año del Señor de dos mil
diecisiete.